¿POR QUÉ NO SABEMOS LO QUE QUEREMOS?

Alguna vez leí que si estás segura de lo que quieres lograr ya tienes recorrida la mitad del camino hacia tus sueños. Y saber qué es lo que quiero suena tan sencillo pero al mismo tiempo es tan complicado, que ese primer trayecto se vuelve un tanto espinoso. A veces pienso que justamente ese primer arranque es (o debería ser) el más fácil de conseguir, porque luego en la odisea hacia nuestro objetivo hemos de encontrarnos con obstáculos que demandan nuestra constancia, paciencia, resiliencia, asertividad y un montón de virtudes que a veces se nos pueden dificultar. 

Lo curioso es que no, que he aprendido que ese “por qué” que imprime la certeza de lo que quiero es el motor que me mantendrá en movimiento durante todo el camino, por más escarpado que se vuelva el terreno. Así que lo más complicado no es la travesía, sino el momento en el que diseñamos el viaje, ese instante (o cúmulo de instantes) en el que se nos prende la chispa del “esto es lo que quiero y lo quiero por este motivo”. Es ahí cuando verdaderamente arranca el motor y una vez encendido es más sencillo mantenernos en movimiento. 

¿Pero por qué es tan difícil encontrar ese “qué quiero y por qué lo quiero”? Mi teoría es que hay dos razones, muy relacionadas entre sí por cierto. La primera es porque no nos conocemos y, sobre todo, porque no estamos acostumbrados a indagar en nuestro interior en busca de las respuestas. Lo habitual es que busquemos fuera y en esa búsqueda, en la época global en la que nos tocó vivir, se vuelve muy peligrosa. Desde chicos se nos entrena a esperar que alguien más sabio o más preparado que nosotros nos indique el camino que hay que seguir y se le da muy poco valor a nuestra propia intuición e intereses personales. 

En muchos libros sobre vocación y propósito encontramos que una de las pistas más importantes para aclarar nuestra ruta es hacer memoria o preguntar a familiares qué es aquello que disfrutábamos hacer de chicos. Y es que de pequeños éramos más libres de hacer lo que nos viniera en gana sin tantas complicaciones mentales como las que fuimos adquiriendo mientras crecíamos. El autoconocimiento es un viaje para valientes, porque hay que escudriñar entre viejas creencias, miedos, heridas y uno que otro demonio esa piedra preciosa que es nuestra esencia y propósito en nuestra vida.  

La segunda razón es que, una vez que damos con la respuesta, se nos dificulta mucho creer en ella. Nuestra falta de fe no solamente impacta en nuestros deseos más profundos, sino que atraviesa por otras áreas relacionadas con nuestra intención. No creemos que nuestras ideas sean valiosas, no creemos que nuestras decisiones son las correctas, no creemos que verdaderamente hemos dado en el clavo con lo que queremos hacer en nuestra vida, no creemos que seamos capaces de hacerlo, no creemos que sea (o que seamos) suficiente, no creemos que sea posible vivir una vida en concordancia con lo que nuestro ser anhela. Simplemente, no creemos en nosotros mismos. 

Entonces preferimos apagar ese switch y regresar al camino seguro, el que todo el mundo sigue y que nos han asegurado que es el correcto. Y ese camino nos aleja aún más del autoconocimiento y quedamos atrapados en un círculo vicioso del que nos parece complicadísimo salir. Y quizá para nuestra mente sea muy complicado, pero para nuestro espíritu es sumamente sencillo: volver a escuchar su voz a través del silencio, de poner más atención en aquello que amas hacer, de abrirte más a la intuición y un poco menos a la razón, de buscar ayuda en la terapia o en libros que hablen del tema, de la meditación, de darle valor a tu propia historia como un punto de partida, de atreverte a soñar en grande… pero esta vez, cuando encuentres las respuestas, creer de una vez y para siempre que son posibles.  

my-pumpkin-flores-secas-5.jpg