SIETE PASOS PARA SIMPLIFICAR

Términos como “minimalismo”, “slow living” o “vida con intención” toman cada día más fuerza en el discurso colectivo y me parece que es justo el momento para hacerlo. Detenernos a reflexionar en plena era del consumismo, la inmediatez y la saturación en las agendas es quizá un llamado urgente de la humanidad hacia la contraparte para, con suerte, encontrar el anhelado punto medio. 

¿Qué es una vida simple? Me gusta imaginármela como una vida enfocada en nuestra esencia y sin complicaciones… la cuestión es que a veces pienso que los seres humanos somos demasiado complicados y por ello nos cuesta tanto trabajo la “simplificación”. Pero hay otra parte de mí que cree que la verdadera complicación es que estamos acostumbrados a ir en contra de quienes somos en realidad, y que el camino no es buscar la esencia a como dé lugar, sino irnos deshaciendo de las capas que la han recubierto para irla descubriendo cada día más. 

Por eso me gusta el minimalismo, porque se trata de soltar lo que ya no tiene sentido (desde pertenencias materiales hasta creencias) y en ese proceso es donde descubrimos lo que hay verdaderamente en el interior. Buscar una vida simple, entonces, empieza por ir soltando las complicaciones y dejando solamente aquello que conecte con nuestro ser más profundo. 

SIETE PASOS PARA SIMPLIFICAR MI VIDA

1. Depurar. Tengo unos veinte años haciendo limpias constantes en mis pertenencias. Salir de mi casa a los veinte años y mudarme constantemente de vivienda o de ciudad me hizo muy consciente del peso de las cosas. Así que hago dos o tres limpias profundas al año para sacar lo que no se usa y al mismo tiempo soy mucho más celosa de lo que entra a mi casa porque tampoco se trata de estar sacando y sacando para volver a meter porque entonces se vuelve un cuento de nunca acabar. 

2. Decir “no”. En esto tengo mucho menos tiempo de práctica. Tiendo a ser “people pleaser”, así que me cuesta muchísimo trabajo no dar gusto a la gente. Pero como todo en la vida, mientras más practico el decir “no” de una manera amorosa, más me doy cuenta de que se siente muy bien y no pasa nada desagradable, así que me atrevo mucho más en la próxima ocasión. 

3. Cuestionar. Las creencias pueden llegar a enquistarse si no se les revisa con frecuencia. Me gusta cuestionar seguido el por qué y el para qué de las cosas, y eso me ayuda a darme cuenta si una creencia es mía o la adopté de alguien más y, sobre todo, si me ayuda a crecer o me limita. Tal como las blusas: si la creencia aporta en mi vida se queda, pero si no aporta, se va. 

4. Tener claros mis valores. Esto me ha ayudado un montón a simplificar mi toma de decisiones, que es una de las áreas en las que suelo complicarme más la existencia. Si tengo claro cuáles son mis valores fundamentales (que en mi caso son: familia, creatividad, salud, naturaleza y crecimiento), entonces descartaré inmediatamente todas las oportunidades que no “calcen” con estos cinco puntos vitales para mí. 

5. Una cosa a la vez. Navego orgullosa con bandera de monotasker. Hace tiempo que me di cuenta (¡y acepté!) que no puedo hacer más de una cosa a la vez y estoy en paz con ello. Hacer varias cosas al mismo tiempo me estresa y eleva mis niveles de ansiedad. Así que una tarea a la vez, un compromiso a la vez, una conversación a la vez y todos felices y contentos. 

6. El “qué diré” sobre el “qué dirán”. Es extremadamente liberador poner más atención (o la única atención) a lo que piensas tú sobre tu forma de vestir, de comer, de hablar, de educar a tus hijos, ¡de vivir! que lo que puedan pensar los demás. Claro que la crítica constructiva es saludable y es bueno escuchar las opiniones de la gente que amas, pero de ahí a actuar de cierta manera sólo porque te preocupa lo que la gente pueda decir, hay una gran distancia. 

7. Meditar. La joya de la corona. Meditar me regresa a mi centro, me recuerda quién soy y qué es lo verdaderamente importante en esta vida. Hacerlo con constancia me ha vuelto más consciente de lo que estorba en mi vida y me ha dado el valor para soltarlo. Y tener esos ejercicios de conciencia plena, ya sea en la práctica misma o en cualquier momento en el que recuerdo ejercitar la presencia (un abrazo, una comida, una conversación, etc.) me invita a vivir más despacio y escuchando mi propia voz para hacerlo con más sentido. 

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