han sido días duros...

si de algo han de servirme mis honrosos 46 años, que sea para recordarme que después de la destrucción viene el renacimiento.

Los últimos han sido días duros. Será la llegada del otoño y de los días más cortos, será el eclipse, será la perimenopausia… o será todo junto manita, pero se me ha metido en el cora un dolor bien intenso a raíz de algunas situaciones que he vivido en varios aspectos de mi vida. Justo esa es la cosa: que la crisis por la que estoy pasando no es solamente familiar, laboral o de salud. No, es una crisis en todos los niveles, es un reverendo huracán que ha venido a zarandear absolutamente todos mis cimientos. ¿Te acuerdas de aquellos terremotos que sacudían con fuerza las islas de la familia, de los amigos y del hockey de la pequeña Riley en la peli “Intensamente”? Algo así. Mis islas de la creatividad, la maternidad, la vida en pareja, la salud y la amistad se han tambaleado ante sendos sismos incendiarios que amenazan con dejar todo en cenizas. 

 

La buena noticia es que ésta no es la primera crisis de mi vida, y si de algo han de servirme mis honrosos cuarenta y seis años, que sea para recordarme que después de la destrucción viene el renacimiento. Mi Marcela egoica se hunde en las historias negras atestadas de culpa y vergüenza que recicla una y otra vez cuando algo allá afuera es lo suficientemente fuerte para revivirle sus heridas, pero mi Marcela alma me recuerda que ya tengo y ya soy todo lo que estoy buscando: ya soy todo el amor, ya soy toda la seguridad y ya soy toda la suficiencia que creo erróneamente que me escasea en aquellas historias de terror de mi ego mortificado.  

 

Tengo años, añísimos, tantos que ya no me acuerdo, contándome estos cuentos en los que estoy en peligro y no tengo lo que necesito para sobrevivir las inclemencias de un mundo que se parece mucho a esos bosques embrujados en donde nunca sale el sol, abunda la neblina espesa y los troncos de los árboles te amenazan con sus famélicos brazos. Lo que tengo poco tiempo haciendo es tomando consciencia de que la razón por la que sufro es justo eso: las historias que me cuento, y no la realidad. La voz de mi alma es más sutil que la de mi ego, y por eso había tardado tanto tiempo en escucharla, pero poco a poco empiezo a sintonizarla y aprendo a subirle un poco más el volumen. Y esto me ha llevado a creer que volver a contarme estos cuentos no es el fin del mundo como yo creía: es tan sólo una nueva oportunidad para desmantelarlos, diseccionarlos y objetar cada una de sus páginas. 

 

Sí, han sido días duros porque estoy atravesando una crisis importante y eso sólo puede significar una cosa: estoy por transformarme. Ya no soy la que era antes, pero aún no sé en quién he de convertirme. Y quizá lo que más duela sea justo este limbo en el que no se tiene un piso firme. Quizá, incluso, lo que toque aceptar por el momento es que he de quedarme suspendida hasta saber cuál será mi siguiente paso. 

 

Y quiero creer que eso está bien… porque al final del día es la única forma de crecer.