Amore

Por Dalila Di Rienzo

Te vi llegar a través de esa puerta café cuando eras una bebé recién nacida, silenciosa y cándida, me acuerdo que emanabas un olor nuevo, a ropa limpia y galletas recién horneadas. Por estos cuartos has vivido todo tipo de momentos, tu infancia, parte de tu adolescencia y sin duda una hermosa y decisiva parte de tu madurez, pero vamos por pasos.

El olor de la entrada es lo que más recordarás de tus primeros años, un mixto de olor a cosas viejas guardadas en un armario y elegancia en decadencia. El portón cruje cada vez que lo abres y te hace recordar lo viejo que este edificio es, pero también toda la historia que carga en una de las zonas mas románticas y Art Noveau de Torino, tu ciudad.

Estas calles te acogieron en su regazo por muchos días, días de frío acre y seco, días de verano húmedos y soleados, y en todos esos días los recuerdos más vívidos que tienes es cuando tu querido abuelo te cargaba a escondidas de tu mamá para llevarte al kinder, la focaccia que te llevaba cuando te recogía y los infinitos abrazos y besos que te daba, más de los que recibías de tu mismo padre.

Me acuerdo de él, robusto y cariñoso, tenía largas cejas grises y un tierno bigote, me acuerdo que te dejaba tocar los cristales de sus candelabros, tan bellos, luminosos y frágiles, porque él no sabía decirte que no, ni siquiera cuando interrumpías la misa del domingo en la tele, mientras estaba sentado en su sillón bordeaux viendo al Papa y tú saltabas y hablabas en frente de él.

El lugar más recóndito era el armario en la cocina, era para ti como una cava de misterios y maravillas. Te recuerdo sumergirte en la lectura de las cartas que le escribía a su primer esposa mientras estaba en la Marina, cartas color naranja, tan amorosas y detalladas que podías ver lo que él contaba claramente, cajas y cajas de cartas y musicassetes en donde él te registraba hablar desde que eras una niña chiquita.

Los domingos eran quizás los días mas caóticos, ya no vivías aquí, toda tu familia nos venía a visitar y me llenaba de gritos y risas. El ruido mas característico era el de la pasta larga rompiéndose en varios pedazos para ser guardada en el colador, lista para ser cocinada con su salsa favorita. “No tires los pedazos chiquitos, porque cuando el plato está listo, son la mejor parte”, y cuanta razón tenía, piensas ahora cuando cocinas ese mismo platillo para estar con él de nuevo aunque sea con tu imaginación.

Una noche tibia y gris fue la que se lo llevó, miedo fue lo que sentiste cuando lo viste en su cama acostado, inmóvil, frío y con una expresión seria pero pacífica. Tu abuelo se había ido en el sueño, sin despedirse, y tú te quedaste sin sus abrazos, los únicos que recibías.

Cargaba con el polvo y la nostalgia de los recuerdos, la soledad y la angustia de las disputas familiares infinitas, hasta que un día, después de muchos años, te vi atravesar esta puerta de nuevo, una mujer todavía inconsciente de su belleza y valor, vestida de negro pero con ese brillo de felicidad en sus ojos que iluminaba el pasillo.

Fue increíble volver a recibirte en mi regazo y cuidar de ti de nuevo y aunque sabía que no podía volver a darte a tu amado abuelo de regreso sabía que ese no era el fin para nosotros sino que el principio de algo más, de un amor que estuviste buscando y reclamando y que a pesar de todo el esfuerzo parecía no llegar a ti.

Hasta que un día frío de enero lo viste subir las escaleras, esas mismas escaleras que solías subir de dos en dos cuando eras niña y que seguías subiendo así pero como una mujer, esas escaleras que seguías subiendo y subiendo en tus sueños pero sin nunca alcanzar lo que querías. Hasta que un día ellas te lo llevaron a ti, tu más grande amor, ese amor que te hará feliz, te hará reír a carcajadas, te hará sonrojar y te hará sufrir como nunca en tu vida.

Y fue suficiente una sola mirada para saber que Alejandro iba a ser el dueño de mis pensamientos por mucho años a venir, mi vida estaba a punto de comenzar de una manera más plena y nada me hacía más feliz que empezar esta historia en la que fue la casa de mi querido abuelo. La casa que me regaló los mejores momentos de mi vida. 


*Dalila Di Rienzo fue alumna del taller de escritura personal “Cuéntatelo otra vez” y su texto fue seleccionado por sus compañeras para ser publicado en mi blog.