hoy vuelvo a escribir

Hoy, después de varias semanas, vuelvo a sentarme frente a una hoja en blanco. Mi objetivo desde hace muchos años ha sido escribir diario, pero es verdad que a veces lo consigo y en otras ocasiones no. Pueden pasar semanas e incluso meses en que no escribo más que palabras sueltas o textos cortos en las redes sociales y con eso me mantengo a flote, pero mi travesía favorita siempre ha sido la cuartilla que luego cuelgo en este diario público. 

Antes me reprochaba intensamente mis ausencias en el escritorio, pero al parecer los cuarenta (y tantos) me han permitido el sosiego. Cada día soy más capaz de soltar las expectativas de lo que debería ser una buena escritora y en ese dejar ir he conseguido encontrar a la escritora que soy yo. Solemos correr tantísimo hacia los ideales que nos hemos construido que nos perdemos de lo que ya somos y ya tenemos. 

He descubierto que mi fecundidad en la escritura requiere de tiempos frente al ordenador y de otros en la vida cotidiana. Como dice Glennon Doyle: hay momentos para crear y hay otros para convertirnos en la persona que creará lo siguiente. 

Hoy me doy cuenta que ha dejado de ser una preocupación para mí si escribo mucho o poco, porque he aprendido que escribir no es sólo colocar una palabra tras otra para ir construyendo párrafos sólidos, sino que también se escribe con la atención plena en la cocina, en las charlas con los seres que amo o en las caminatas en la playa. Se escribe en la memoria, a donde habremos de ir a buscar las viñetas que nuestro oficio convertirá más adelante en letras. 

Hoy he tomado la decisión de emprender esa indagación en mis recuerdos, no porque me hayan sorprendido las musas, sino porque en medio del correr de los días he sentido de nuevo este impulso que me permite sentarme en una silla a diario, sin importar si hay o no inspiración. ¿Cómo se siente? No creo que haya una sensación universal (como en pocas cosas la verdad), pero yo la describiría como una saciedad en el consumo de imágenes, ideas o experiencias y al mismo tiempo una necesidad imperiosa de ponerle orden a lo que siento a través de las palabras. 

Soy un alma curiosa, y a veces me gusta explorar en el terreno intelectual, pero otras embarrándome las manos en la vida. 

El acto creativo requiere para mí de ciertos ajustes en la rutina y mi disposición a ejecutarlos es otra señal de que estoy a punto de entrar a una nueva ola escritural. El más importante es levantarme con el sol porque me gusta escribir con dos compañeros esenciales: el silencio propio de cuando todos duermen y mi energía conectada con la de los nuevos comienzos que se respira en el alba. 

El segundo es la meditación que deja de ser opcional y se vuelve imprescindible si voy a escribir. En estos días en que estamos aprendido a sembrar mi meditación consiste en salir descalza al jardín, hacer algunas respiraciones y estiramientos, regar las plantas, recoger los frutos de los árboles y ordenar lo que haya quedado pendiente del día anterior. 

Entonces empieza mi sencillísimo ritual. Me sirvo un vaso de agua con limón y me siento en el escritorio. Enciendo una vela, pongo música con el volumen al mínimo, abro la laptop y me embarco en mi viaje favorito que durará hasta que los demás despierten. A veces escribo sólo retazos que quizá en algún otro momento se convertirán en algo publicable… o quizá no. 

Y a veces, como hoy, saldrá un texto completo para compartirte en este espacio. Con suerte, las fibras que he dejado aquí tocarán las tuyas y recordaremos por unos instantes aquello que nos mantiene a todos conectados. Y con un poco más de ella, te sentirás animada tú también a crear desde tu propia trinchera para perpetuar esta cadena infinita. 

Cabe decir que todo esto es muchísima ganancia, porque lo esencial ya ha ocurrido: no me siento a escribir porque estoy inspirada, estoy inspirada porque me siento a escribir. 

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