¿POR QUÉ SOY FAN DEL MINIMALISMO?

Una prenda de ropa puede ser útil para vestirme o expresarme, pero también para procurar un pensamiento en los demás sobre mí misma. Una olla enorme puede ayudarme a preparar una sopa o a entretener a mi hijo de dos años, pero también a apaciguar el temor de que un día me haga falta si quisiera cocinar para veinte. Un libro puede servirme para aprender, viajar a otro mundo o decorar un espacio de mi casa, pero también para fortalecer la imagen de que soy muy intelectual. El portarretratos que me regaló la tía me puede funcionar para colgar una foto en mi pared, pero también para creer que en él está capturado su amor por mí. Puedo usar alguno de los retazos de tela de esa caja llena de ellos para hacer con mis hijos una manualidad, pero también puedo simplemente conservarla con la creencia de que quizá algún día vuelva a coser.

¿Qué tanto de lo que conservo en mi clóset, en mis cajones, en mis estantes -en mi vida- es porque quiero demostrar algo a los demás o a mí misma, porque proyecto en eso mi miedo al futuro o añoranza del pasado o porque no me atrevo a reconocer que estoy en una etapa diferente en mi camino? Si le he otorgado a un objeto el tremendo poder de definirme o de protegerme de mis inseguridades, es totalmente comprensible que no lo pueda soltar. Pero, ¿y si lo despojara de tal poder para recuperarlo yo misma? 

Mi viaje en el minimalismo empezó hace cuatro años, cuando nos mudamos de una casa muy grande a un departamento de dos recámaras. En mi búsqueda en línea de ideas para decorar un espacio pequeño me encontré con esta filosofía de vida que consiste en dejar ir lo que no es importante (cosas materiales, actividades, creencias, compromisos, relaciones) para vivir con lo esencial. De inmediato me hizo sentido y empecé a evaluar mis pertenencias una a una para ver qué es lo que podía vender, regalar o donar. Siempre he sido fanática de las limpias en mi casa, tengo años haciendo una en verano porque es cuando nos llegaba el torrente de regalos por el cumpleaños de mi hija y otra en diciembre por las navidades. Pero a partir de que encontré el minimalismo hago estas limpias con mucha más intención y, sobre todo, me he hecho sumamente consciente de lo que compro, porque no quiero entrar en un círculo vicioso en el que meto y saco sin ton ni son. 

Y en esa intención me encuentro una y otra vez con los temores que hay debajo de cualquier resistencia a soltar. En cada limpia, además de los recuerdos, me he reunido muchas veces con los motivos por los que a veces no puedo avanzar o salir de mi zona de confort, nos vemos frente a frente y nos ponemos a platicar. Quizá por eso me he vuelto tan amante de ellas: porque me gusta salir de esas conversaciones con el alma ligera y fortaleciendo la creencia de que realmente es muy poco lo que necesito para ser feliz.

Reclamar el poder que le he otorgado a las cosas (o a las personas) y que realmente me pertenece a mí, el de sentirme bien, el de protegerme, el de demostrar que valgo o el que sea, es el primer paso para hacerme cargo de mí misma y de empezar realmente a crecer. A final de cuentas, esto es precisamente lo que más me gusta del minimalismo: que de un acto tan humilde como el de depurar mis pertenencias, he podido aprender tanto sobre mí misma y mis necesidades más profundas. 

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