¿por qué las casas se volvieron verdes?

La pandemia vino a aquietarnos. Nos invitó a desacelerar el paso, y aunque hay muchos que buscan con empeño volver a la vida normal, lo cierto es que el mundo ya no es lo que conocíamos. Los hijos se quedaron en casa, los recursos se esencializaron, se estrecharon las libertades y se cuestionaron las creencias más enquistadas. ¿Cómo podríamos seguir siendo los mismos?

En este capullo donde nos vimos en la necesidad de ir hacia dentro ante la consigna de no hacerlo al exterior, terminamos por recordar nuestra esencia. La soledad o la coexistencia de la encerrona nos hizo supurar viejas heridas y no tuvimos más remedio que resolver aquellos asuntos que habían quedado pendientes. 

Esta montaña rusa de resistencias y rendiciones en la que fluctuamos desde que llegó la primavera terminó por enseñarme que así como es en nuestro interior es afuera también, que todo es un ciclo en donde llegan los tiempos en los que algo debe morir para que sea la vida quien se abra camino. Durante estos meses he dejado ir lo que ya no me servía si mi objetivo era seguir creciendo. 

Eran tantas las cargas adicionales en el viaje en forma de prisas, inconsciencia, máscaras, consumismo o insatisfacción que nos habría sido imposible avanzar mucho tiempo más. Había una urgencia por regresar a lo que somos y dejar de aparentar y esforzarnos por encajar en un mundo que se ha vuelto obsoleto.  

En la calma para la preparación de los alimentos, la extensión de las sobremesas, los silencios propicios para el autoconocimiento, el profundo reconocimiento de nuestra conexión como seres vivos y la resiliencia que tuvimos que desarrollar para ajustarnos al cambio terminamos por descubrir que no somos muy diferentes a otros seres vivos y que la Tierra no es nuestra, sino que nosotros somos de ella. 

A mucha gente en todo el mundo le dio por tomarse la vida con más calma y a confiar en sus sabios procesos, empezaron sus propios huertos, compartieron lo que sabían y tenían con los demás, le dieron vida a aquellos proyectos abandonados en el cajón de los sueños desatendidos y aprendieron aquello que se habían prohibido a sí mismos ante la aparente falta de tiempo, desde tocar un instrumento o hacer pan hasta gestionar sus emociones. Se atrevieron a escuchar más a su intuición y menos a sus temores.  

Al final del día, tuvimos que abrazar nuestra naturaleza ante la prohibición de abrazar a los demás. ¿Y la multiplicación de plantas en los hogares? Bueno, ellas sólo vinieron a reflejar en el exterior lo que empezó a ocurrirnos por dentro. Cuidar una planta es como cuidarnos a nosotros mismos: es preciso estar atentos a esas sutiles señales que a veces pueden pasar desapercibidas, abonarnos la tierra con alimento saludable para la mente y el espíritu, proveernos del agua y el sol suficientes y no en demasía, concedernos el soltar las hojas secas para no malgastar nuestra energía y, sobre todo, permitirnos crecer y cumplir así con el ciclo de la vida. 

Quizá las plantas en los hogares han venido a recordarnos todo esto. No lo sé, es sólo una teoría de alguien que creció en el desierto, a quien se le morían los cactus y que, curiosamente, ha venido a entender mucho de plantas justo en la pandemia en la que comprendió tanto de sí misma también. 

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