Entender menos, vivir más

Desde que tengo memoria he navegado con la bandera de que soy un alma ávida de respuestas, una buscadora insaciable entre los misterios más encriptados de la existencia con el ánimo de explicarme la vida para, según lo que me contaba, vivirla con más paz y entusiasmo. 

Esta actitud examinadora me mantuvo suspendida durante muchos años en la insatisfacción, pues no importa qué tantas interrogantes seamos capaces de despejar, siempre habrá nuevas incógnitas emergiendo a la superficie de nuestras incertidumbres. 

Hasta que hace poco empecé a sospechar que entre tanta duda y tanto fanatismo por explicarme la vida con lujo de detalle y, de ser posible, de precisión, me estaba perdiendo el maravilloso privilegio de vivir. Entre tanto cuestionamiento sobre cómo se es una madre estable emocionalmente me estaba perdiendo de lo que se llora, se grita, se ríe y se abraza cuando se materna. Entre tanta búsqueda en torno a mi vocación me resistí a asumir cada riesgo y cada caída como un valioso aprendizaje y un paso necesario para avanzar. Entre tanta intención de alcanzar la paz y la iluminación me negué a enfrentarme a mis sombras con compasión.  

Si en la vida se anda a tientas, con el ánimo de entenderlo todo para no sufrir, nos quedaremos también con la experiencia a medias. Con esto no quiero decir que está mal cuestionarse y buscar respuestas, nada más alejado de eso. Lo que sí digo es que llega un momento en el que ya no es necesario saber más cuando esa búsqueda nos está impidiendo vivir. Lo que digo es que a veces, por el deseo de querer una vida perfecta nos perdemos de lo que verdaderamente significa el viaje: equivocarse una y mil veces así como se acierta una y mil veces… y estar bien con esa ambivalencia. 

Eckhart Tolle dice que por más libros que leas sobre cómo aprender a nadar, no sabrás realmente hacerlo hasta que te sumerjas en una alberca. ¿Te ha pasado que quieres seguir estudiando antes de echarte ese clavado? Pues hola: hoy confieso que llevo una vida entera con esa sed de entender antes de vivir. 

Hoy, poco a poco voy cayendo en cuenta que no es necesario entenderlo todo. Y esto, así de sencillo e inocente como suena, es un gran ¡PUUUUMMMM! para mí. 

Hoy quiero amar el camino sin pensar demasiado en el destino y aplicar este amor propio e incondicional tanto en mi vida personal como profesional. ¿Que toca llorar?, pues lloremos. ¿Que toca bailar?, pues bailemos. ¿Que toca celebrar un gran logro?, pues celebremos. ¿Que toca quedarse en la cama porque no se tienen ganas de hacer nada?, pues quedémonos. Así, simplemente viviendo sin necesidad de comprender el porqué que hay detrás (si acaso hay alguno).

He aprendido que amar el proceso incluye amar también cuando no tengo idea de hacia dónde me dirijo, porque navegar a la deriva o con rumbo preciso es igual de válido que quedarse al pairo, atenta simplemente a lo que sucede y rindiéndome a la fascinante oportunidad de simplemente SER sin buscar explicaciones.  

Me ha llegado la hora de aventarme ese clavado a la alberca. Má, échame la bendición. 

amarelproceso.png