DIARIO DE UNA CUARENTENA: COSECHA DE NÍSPEROS

Hay un árbol de níspero en el patio que apenas asomarse abril empieza su temporada generosa. Sus frutos, diminutos y de un amarillo cada día más intenso, se reúnen en grupo al final de las ramas delgadas y de hojas grandes de este compañero fiel que nos ha dado su sombra en el jardín. Matías lo ha observado paciente desde enero, cuando notó que empezaban a brotar pequeñas esferas de un verde limón, así que fue el más feliz cuando anunciamos que era día de cosecha. 

David improvisó su herramienta con una escoba y un gancho de metal y Matías corrió por su cubeta para atrapar la lluvia de nísperos que parecían dulces brotando de una piñata recién partida. “¡Son muchos, papi, son muchos!” Corría cuanto podía por uno y por otro para ganarle a nuestra perrita Heidi que también estaba al acecho y competía con él en la caza de los aromáticos tesoros. Al final nuestro hijo tomó uno, lo lavó, lo probó y dio el visto bueno. 

Lavamos los frutos en la tarja de la cocina y nos sentamos a pelarlos uno por uno, tarea en la que Matías colaboró cinco minutos y nos dejó a David, a Emma y a mí a cargo. Pelar dos kilos de nísperos entre los tres nos tomó una media hora en la que conversamos, nos reímos y yo aproveché para desacelerar la mente que, curiosamente, aún en medio de la pausa del siglo me sigue revoloteando de vez en cuando. 

Dejé macerar la fruta con azúcar mascabado y unas gotas de jugo de limón y nos fuimos los cuatro al jardín a continuar con los hoyos que estamos cavando para la composta y a deshierbar un poquito la selva en la que se ha convertido el frente de la casa. Trabajamos con la tierra, Matías cortó el pasto con tijeras para hacer un “laberinto”, Emma cuidó de Heidi mientras hacía videos y nos ayudaba aquí y allá. Mientras el azúcar soltaba el jugo de los nísperos en la cocina, el sol y el aire fresco me ayudaban a mí a soltar la rigidez de los días concentrados más en la mente y el futuro y menos en el cuerpo y el ahora.

Cuando cayó la tarde encendí el fuego para que éste se encargara del último paso de nuestra mermelada. Herví a fuego lento hasta que espesó la mezcla y la dejé enfriar para que estuviera lista para el desayuno del día siguiente. Hoy pienso envasar tres frascos, uno para nosotros y los otros para dos amigas a quienes se los dejaré en la puerta por aquello de la sana distancia en estos tiempos peculiares que corren.

En lo más simple está siempre lo más simbólico. En la fecundidad y generosidad del nisperero, en la alegría de mi hijo por la cosecha y en la preparación pausada del alimento que se disfruta y se comparte recordé una vez más la guía y el perpetuo sostén del Universo, memoria tan necesaria en estos días de incertidumbre. Vivimos bajo el amparo de un plan perfecto, quizá lo único que haga falta es soltar la rama a la que nos aferramos y que confundimos con nuestro hogar y confiar al fin en el proceso natural de la vida. 

MERMELADA DE NÍSPERO (o de cualquier fruta en realidad)

1 kilo de nísperos pelados y sin semillas

300 gr de azúcar mascabado

el jugo de medio limón

Dejar macerar la fruta con el azúcar y el limón durante dos o tres horas. Colocar la mezcla en una cacerola y llevar al hervor. Dejar hervir a fuego lento (meneando constantemente) durante unos 40 minutos aproximadamente o hasta que veas que está espesa (al enfriarse espesa un poco más). Sabes que tu mermelada está lista cuando pones un poquito en un plato y al enfriarse pasas un dedo por en medio y la mezcla queda separada, no se vuelve a juntar.

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