CARTA A EMMA

Hoy es el último día de tu educación primaria Emma. ¿Qué te digo? Sí, fue un suspiro. Dicen que en la maternidad los días son largos pero los años son cortos, y cuando ocurren estos saltos de una etapa a otra compruebo una vez más que así es.


Apenas ayer mis brazos me parecían los más inexpertos sobre la faz de la Tierra para sostener tu cuerpo frágil y hoy te abrazo otra vez para acompañarte del otro lado del puente, el que te llevará a esta segunda infancia que es la pubertad. La niña que durante doce vueltas al Sol nos ha compartido la chispa de la sensibilidad y la ternura hoy empieza a desdibujarse y cada día me cuesta más trabajo encontrar sus últimas huellas en tus ojos negros. 

Te veo y me veo, Emma de mi vida. Me descubro en tus carcajadas y en tus llantos, en tu pasión para defender lo que consideras justo y en tu lista interminable de preguntas para entender un poquito mejor al mundo. Noto que muchos de los anteojos con los que aprecias la vida son parecidos a los míos, seguramente porque sin darme mucha cuenta los fui colocando en tu mochila de artículos para tu viaje. Confío en que poco a poco irás diseñando los tuyos, pero en el camino vamos aprendiendo juntas, tú a ser una jovencita y más tarde adulta, yo a ser madre y las dos a ser las mujeres que conquistarán sus sueños. 

Nunca como en el último año te había visto como te veo ahora, Emma querida, así de fuerte, de segura, de entera. Nunca en tan poco tiempo había conseguido conocerte como te conozco ahora. Hemos compartido tantas lágrimas y tantos abrazos que a veces te me antojas tan cotidiana, pero justo cuando me estoy acostumbrando a tu ser me sorprendes otra vez con una frase, un gesto o una actitud que me convence de que poco a poco empiezan a crecerte las alas. 

Vuela alto, mi corazón. No pido que los vientos te sean todo el tiempo favorables, más bien que cuando los sientas adversos recuerdes siempre que estás hecha de aire y de arena, pero también de roca y de fuego. Baila, canta, ríe, ama, sufre, levántate otra vez. Que aquí estaré yo, dichosa del privilegio que me ha concedido la vida de ser testigo de tu luz. Y aquí estarán mis brazos otra vez, igual de inexpertos que aquel primer día, pero ahora con la certeza de que las madres no sostenemos a nuestras hijas con la experiencia, sino con la humildad de encontrarnos mutuamente en la vulnerabilidad.  

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