Una década de inspiración

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La canícula golpea fuerte a Monterrey en este día de agosto de 1997 en el que amanezco en una de las habitaciones de Residencias del Tec, en donde vive mi amiga y hermana Ivonne, la que a punta de halagos a la capital neolonesa me convenció de venir a estudiar aquí. Llegué hace menos de una semana dejando atrás a mi casa natal con apenas veinte años encima, pero ya es momento de sacudirme las despedidas y los hasta luegos porque hoy es día de ir a inscribirme a mi nueva licenciatura.

Me doy una ducha fresca, desayuno café y pan como cualquier estudiante y salgo del edificio en la colonia Altavista porque hoy voy a conocer al alma mater que me arropará por los siguientes años. Voy a ir acompañada de Ivonne y ella me va a explicar en dónde queda cada cafetería donde venden los mejores chilaquiles del mundo, la biblioteca y las aulas. Me voy a admirar con la enormidad del campus y voy a sentir un nudo en el estómago cuando reciba mi credencial que me acredita como estudiante de este lugar. Voy a confirmar que fue una buena decisión mudarme y voy a extrañar a los míos cuando lleve una media hora rondando por todos esos pasillos.

Vamos a pasar por la cafetería El Borrego y vamos a ver un stand de chavos promocionando la carrera de Ciencias de la Comunicación. Ahí nos detendremos unos minutos porque Ivonne me va a presentar con un amigo al que yo le voy a preguntar si es comunicólogo y el me contestará que acaba de cambiarse de carrera porque la ingeniería no le convenció. Entonces le platicaré que yo estudiaba Comunicación en Mexicali pero que vine aquí a estudiar Letras Españolas. Cruzaremos una que otra palabra y me enteraré que él vive en casa de su primo, un amigo del novio de Ivonne. Entonces sabré que lo seguiré viendo.

Y no me voy a equivocar, porque en los días siguientes me lo seguiré topando en la biblioteca, en el puente peatonal, en el cine o en el Vips. Entonces un día iré a su casa para acompañar a mi amiga y veré en la pared de la sala unas cinco fotografías en blanco y negro y le preguntaré a este hombre si él las tomó. Él me contestará que sí, que le gusta mucho la foto y que por eso se cambió de carrera. Yo le voy a platicar que también estudié foto en Mexicali y que tengo todo el equipo para revelar e imprimir, pero que no me lo traje porque aquí no tengo dónde ponerlo. Entonces él me dirá que tiene un cuarto oscuro en su depa y que si yo me traigo el equipo en mi siguiente viaje, él va por mí al aeropuerto en su Golf negro 1991 con el que sus amigos apuestan al llegar a un estacionamiento que no habrá carro más jodido.

Yo me voy a emocionar y me llevaré todo a Monterrey e instalaremos los dos juntos un cuarto para revelar e imprimir fotos. Este hombre y yo vamos a tomar clases juntos, a viajar con unos amigos a la Feria de San Marcos en Aguascalientes porque ahí vive su hermano y puede hospedarnos, a reír y llorar por las mismas cosas, a acabarnos la cartelera de Cinépolis todos los meses, a pelearnos y contentarnos, a quedarnos sin un quinto y comer atún o cheeseburgers de McDonald’s, a cartearnos por correo electrónico a diario cuando yo me vaya un mes a San Miguel de Allende, a tomarnos de la mano todos los días de nuestros años en el Tec, a festejar todos nuestros cumpleaños en el Chili’s, a escuchar trova en el Barrio Antiguo, a emborracharnos con los amigos y un bote de basura hasta el tope de cervezas Indio y a jugar Continental y hacer trampa entre los dos para ayudarme a ganar.

Vamos a graduarnos del Tec de Monterrey y trabajaremos unos años antes de casarnos en Mexicali el 6 de diciembre del 2003. Vamos a hincharnos el pecho de gratitud por toda la gente que nos acompañará en la iglesia y en la fiesta que organizaremos en un pequeño salón en la Plaza Universidad, donde nuestro primer baile de esposos será la canción de Norah Jones “Come away with me”. Nos regresaremos a Monterrey después de nuestra luna de miel en Los Cabos, yo seguiré como reportera del periódico El Norte y él se quedará sin trabajo y con el dinero que nos regalarán en nuestra boda compraremos su primera cámara digital para empezar a tomar fotos de boda. Yo lo acompañaré a tomar fotos a algunas y en las que no, lo esperaré despierta para que cuando llegue me enseñe todas las fotos que tomó.

Tendremos una hija que llamaremos Emma y que nos robará el corazón. Juntos conoceremos lo que es amar a Dios en tierra de indios en nuestros primeros meses de paternidad y yo me enamoraré más de él cuando lo vea cuidarla y consentirla. Despertará en nosotros el deseo de estar más cerca de nuestras familias y dejaremos al Monterrey que nos tendrá reservado nuestro destino, que atestiguará la unión de nuestros caminos y que nos regalará de los mejores recuerdos para atesorar toda la vida. Nos iremos a vivir a Tecate, lloraremos juntos los primeros meses por todo lo que extrañaremos y después nos reiremos de esa época de duelo porque disfrutaremos a nuestra familia como lo habíamos soñado, conoceremos amigos que nos llenarán el alma, veremos a nuestra hija correr feliz en el campo y la playa, nos dedicaremos con más pasión a lo que amamos… y entonces sabremos que todo está bien.

Y el 6 de diciembre del 2013, diez años después de ese primer baile, en Tecate se sentirán los primeros días de las heladas que en la madrugada bajan la temperatura de los cero grados, yo me meteré a bañar por la mañana y al salir me encontraré con un calentón prendido que este hombre colocará cerca de la puerta para que yo no tenga frío al salir y pensaré que ése ha sido David en mi vida: quien me ha alfombrado el camino para que mi andar sea aún más placentero. Entonces me sentaré en un sillón verde con mi laptop en las piernas y escribiré estas letras, porque es la forma que encuentro para agradecerle a él tanta dicha y a la vida aquella mudanza a Monterrey.

Es la canícula regiomontana de 1997 y yo salgo del edificio en la colonia Altavista porque hoy voy a conocer al amor de mi vida.

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