HACER MENOS PARA LOGRAR MÁS

Vivo en el puerto de Ensenada, Baja California, pero mi casa no está frente al mar, así que si quiero correr por las mañanas en la playa (actividad que amo) es necesario manejar 15 minutos para llegar hasta ahí. Si cuento los viajes de ida y vuelta, significan 30 minutos que le “robo” a mi día, tiempo que antes me parecía excesivo si consideramos que sólo puedo trabajar mientras mis hijos están en la escuela. Y “excesivo” no es un término desorbitado cuando eres una de tantas mujeres que para cumplir con su agenda de madres, esposas, amas de casa, amigas y empleadas o emprendedoras deben enfrentarse al estira y afloja con un reloj inclemente al que sólo falta sobornar para que nos regale unos minutitos más. 

Si acaso, lo fuera de órbita es la palabra “cumplir”.  

Las palabras no están huecas, cargan con el peso de nuestras creencias y emociones más arraigadas, así que los “tengo que”, “debo de”, y “cumplir con” de los que están repletos nuestros días (¡y años!), nos hablan de que quizá nuestra agenda no sea tan propia como lo imaginábamos. Por un lado, en esas páginas no hay nada que nosotras mismas no hayamos escrito en pleno uso de nuestra libertad. Pero por otro, a veces no estoy tan segura de que nuestra esencia se vea realmente reflejada en ella. ¿Qué tanto de nuestros miedos interviene en la organización de cada jornada? ¿Por qué queremos hacer tantas cosas? ¿Con quién queremos quedar bien? ¿Por qué tenemos tanta prisa por “cumplir” y “palomear” pendientes? 

Es cierto que tardo 30 minutos en llegar a la playa, pero correr ahí en lugar de hacerlo en el concreto de mi colonia me llena de una energía que nada más en el día lo consigue, me acomoda las perspectivas, me inyecta de vitalidad, me compone los ánimos y me deja lista para lograr más en un solo día. No me refiero sólo a logros tangibles, sino a los que no pueden medirse: autoconocimiento, crecimiento personal, amor propio y a los que me rodean… inspiración. Estaba tan concentrada en exprimir cada segundo que media hora “perdida” en el carro me parecía inconcebible, hasta que comprendí que si el día no me alcanzaba para cosas que ni si quiera tenían que ver con mis deseos más profundos, entonces estaba bien. Los minutos que tardo en hacer lo que amo nunca serán una pérdida.  

Hoy prefiero hacer menos, pero que eso que hago y a lo que dedico mi atención sea justo lo que esté alineado con mi espíritu. En temas de organización he dejado de hacerme preguntas como ¿Cuánto tiempo me llevará esto? ¿Cómo puedo hacer para aprovechar más cada minuto? ¿Cómo le hago para equilibrar el tiempo que paso en mi trabajo y en mi familia? ¿A qué hora puedo acomodar esta actividad extra? Ahora prefiero hacerme preguntas que, al responderlas, reflejen más mi propósito y menos mi afán de productividad, como ¿Qué es lo más importante para mí en este momento de mi vida? ¿Cómo me gustaría sentirme hoy? ¿Qué puedo hacer para sentirme así? ¿Qué creencias me ayudarían a conseguir lo que quiero? ¿Qué es lo que realmente quiero lograr? 

Me doy cuenta que si cada actividad que coloque en mi lista es coherente con mi esencia y con las respuestas de las preguntas anteriores, entonces las disfrutaré mucho más y las llevaré a cabo con más conciencia, en lugar de simplemente cumplir de forma mecánica con tareas que no tienen mucho que ver conmigo o con lo que quiero en la vida (y que por ende me demandan más tiempo y tiendo más a la postergación cuando me pierdo entre ellas).

Conozcamos primero nuestra intención y organicemos después nuestra agenda. No al revés. Estoy segura de que así podremos conseguir mucho más… haciendo menos.

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